Sobre los edificios
cae la tarde
de piedras centenarias
que absorben sedientas sombras vespertinas.
La luz custodia un tesoro
de funesta ingravidez.
La eternidad se disuelve
como un azucarillo en el café
dejando paso a la longeva levedad del ser
que se abre paso.
Sin prisa se abre paso
para no aparentar que se va,
cae la tarde
de piedras centenarias
que absorben sedientas sombras vespertinas.
La luz custodia un tesoro
de funesta ingravidez.
La eternidad se disuelve
como un azucarillo en el café
dejando paso a la longeva levedad del ser
que se abre paso.
Sin prisa se abre paso
para no aparentar que se va,
para que no sepas que se fue.
Francisco Pemar.